
¿Qué es realmente el duelo?

El duelo es el proceso de adaptación por el que pasa una persona tras una pérdida. Cuando hablamos de duelo, frecuentemente pensamos en la muerte de una persona querida. Sin embargo, durante la vida a medida que avanzamos perdemos algo.
Según la definición de la RAE, pérdida significa carencia o privación de lo que se poseía. Algunas situaciones que implican pérdidas son la enfermedad, la discapacidad, las rupturas de vínculos afectivos (parejas, familia, amistades), vivir una catástrofe, la jubilación, perder el trabajo, el envejecimiento, mudarse de casa, etc. Desde un punto de vista más amplio, la pérdida se considera cualquier daño en los recursos personales, materiales o simbólicos con los que se estableció un vínculo emocional.
Durante nuestro ciclo vital, cambiamos constantemente. Cambiar implica perder y perder también implica cambiar, para aprender a adaptarnos en un nuevo entorno. Como los padres que afrontan la soledad al ver “el nido vacío” cuando sus hijos se van a la universidad, cuando alguien pierde el trabajo tras un accidente laboral o un despido y tiene que adaptarse a un nuevo rol, cuando nos mudamos de casa o de país, cuando una persona pierde la visión tras un accidente, o cuando decidimos romper la relación con una persona a la que amamos… Cada pérdida va acompañada de su propio dolor y afecta a cada persona de manera particular, dependiendo de la historia de aprendizaje de cada uno y de las características de la pérdida.
En el duelo suelen aparecer una mezcla de emociones, como tristeza, rabia, culpa, alivio… También, es frecuente que aparezcan síntomas de depresión, problemas de sueño, alteración de apetito, pérdida de motivación, dificultad para concentrarse, aislamiento social, desesperanza respecto al futuro y ansiedad. De la misma forma, el estrés prolongado que puede suponer esta etapa, también afecta a la salud física, por lo que es muy frecuente las sensaciones de embotamiento, las náuseas y los trastornos digestivos, así como sensación de dolor corporal difuso.
Teniendo en cuenta que el duelo es un proceso único e individual de cada persona, considero incongruente marcar un tiempo determinado como norma universal para poder elaborar los sentimientos y adaptarnos en un nuevo mundo tras la pérdida.
Por otra parte, se observa la existencia de un patrón frecuente de comportamiento en la elaboración del duelo, que consiste en diferentes fases tras pasar por una pérdida. Desde la conmoción inmediata, pasando por la externalización de rabia y evitación del hecho sucedido, pasando a experimentar soledad y tristeza intensa, aprendiendo a afrontar las situaciones de la vida cotidiana. Suelen aparecer sentimientos de angustia tras asimilar la pérdida que se va trasformando en aceptación a medida que nos preguntamos ¿y qué va ser de mi ahora? En esta fase, la persona pasa por un proceso de adaptación interno y externo a la nueva realidad.
Todo el proceso de elaboración y adaptación tras la pérdida conlleva tiempo, pero puede complicarse cuando intentamos evitar nuestros sentimientos. El alivio que produce a corto plazo evitar nuestras emociones, termina por reforzar el malestar asociado a la pérdida. Exponerse a las emociones es el primer paso para poder cambiar nuestras acciones orientadas a adaptarnos a una nueva vida. El proceso de duelo no es lineal, sino que pasamos por “subidas” y “bajadas” que nos enseñan a integrar la pérdida.
Por más difícil y dolorosa que sea la pérdida, siempre nos puede enseñar algo, como por ejemplo valorar nuestras relaciones y los pequeños momentos del día a día que llenan nuestras vidas de valor, a darnos cuenta que podemos ser independientes o vivir solos, o incluso de los comportamientos que no queremos repetir.
Como se ha mencionado anteriormente, el duelo es un proceso adaptativo y funcional. Sin embargo, podemos quedarnos “atascados” en algunas de sus fases, por lo que no terminamos de dar significado a la pérdida y recolocarnos en el mundo, como cuando aparecen intensos sentimientos de culpa que persisten a lo largo del tiempo, pensamientos de suicidio, falta de interés por las cosas, ideas repetitivas generalmente relacionadas con la pérdida, desesperación extrema por pensar que nunca va recuperar una vida que merezca la pena, depresión prolongada, síntomas físicos como la pérdida excesiva de peso, dificultad para controlar la ira, abuso de sustancias para aliviar el dolor, y dificultades en el funcionamiento de la persona, como puede ser la incapacidad para conservar su trabajo o realizar tareas de la vida cotidiana. En terapia, brindamos un espacio seguro para expresar tus emociones y el dolor, acompañamos a la persona en el proceso de aceptación de la pérdida y proporcionamos las herramientas para favorecer su adaptación a un nuevo medio.
Neimeyer, R. A., & Ramírez, Y. G. (2002). Aprender de la pérdida: una guía para afrontar el duelo. Barcelona: Paidós.

Por Stefanie Basso
Experta en intervención en adultos y en población infantil y juvenil