
Entendiendo los pensamientos obsesivos

Partiremos de la idea de que lo que nos diferencia del resto de especies animales es nuestra particular capacidad de describirnos la realidad a través del lenguaje. Esta herramienta particular de nuestra especia desde luego resulta muy útil para comunicarnos entre nosotros, definirnos la realidad e interpretarla y elaborar respuestas complejas que nos ayuden adaptarnos a los diferentes contextos y situaciones con los que nos encontramos en nuestro día a día. Además, el lenguaje nos sirve para tranquilizarnos cuando estamos nerviosos, para sentir cierto control ante situaciones que nos generan incertidumbre por no estar en nuestra mano o no poder prever con exactitud qué ocurrirá, o incluso para reducir nuestro malestar despotricando del novio, amiga o jefe cuando nos sentimos molestos por algo.
Es decir, podemos decir que el lenguaje es una capacidad esencial para la adaptación como seres humanos. En cambio, la misma herramienta que nos proporciona todos estos mecanismos para manejar nuestras emociones y ajustar nuestro comportamiento a la innumerable variedad de situaciones con las que lidiamos, tiene la capacidad de generarnos mucho sufrimiento y mermar nuestra calidad de vida de forma significativa. Y es que, el lenguaje puede convertir un pensamiento inofensivo en una enorme amenaza, puede hacer que nuestro cuerpo responda ante una situación cotidiana como si de una fiera salvaje se tratase, puede hacer que la posibilidad de que ocurra algo aterrador e infinitamente improbable nos aceche como si fuese la única posibilidad plausible ante una situación. Por ello, los mecanismos que tiene el lenguaje y aprender a evitar que se vuelva en nuestra contra es importante para dirigirnos hacia una vida satisfactoria.
A lo largo de un día aparecen por nuestra cabeza miles de pensamientos de forma automática, es decir, sin una intención deliberada de pensar sobre ellos. Muchos de estos pensamientos nos pasan desapercibidos porque no nos resultan relevantes o simplemente porque nuestra atención está ocupada en hacer que destace cualquier otro estímulo (algo del entorno, una sensación física, etc.). Dentro de esta cascada de pensamientos, a priori inofensivos, pueden aparecer pensamientos bizarros, que no nos resultan tan cotidianos o que consideramos que no deberíamos pensar por ser contradictorios a nuestro sistema de creencias o reglas sobre cómo funciona el mundo (p. ej., “qué ganas tengo de tirar a mi hijo por la ventana para que deje de chillar”, “Si no tiro de la cadena tres veces algo malo va a pasar”, “¿y si me he dejado el gas encendido y explota mi edificio?). Pero el contenido de nuestros pensamientos por muy extravagantes o poco aceptados que sean no es lo que los convierte en obsesiones. Un pensamiento, por tanto, adquiere la etiqueta de obsesivo por cómo es interpretado y en qué medida controla el comportamiento de la persona que lo presenta (refiriéndonos por comportamiento tanto a respuestas emocionales, cognitivas como motoras). Así, diríamos que un pensamientos obsesivo es un pensamiento que es interpretado como amenazante y genera una respuesta de ansiedad, por lo que cuando aparece intentamos eliminarlo para reducir nuestra ansiedad de la forma más inmediata posible.
Una parte importante de evitar que las obsesiones controlen nuestra vida es entender porque tenemos este tipo de pensamientos tan bizarros y llamativos. Pues bien, los seres humanos tenemos la capacidad de generar pensamientos creativos y poco previsibles como mecanismo de solución de problemas ante situaciones novedosas. Por otro lado, tenemos la capacidad de reaccionar ante el peligro de una forma automática para protegernos ante él; esto es lo que llamamos respuesta de alerta, que puede activarse, gracias al lenguaje, al percibir como amenazante una situación o estimulación que no entraña un peligro real, en este caso, un pensamiento. Por tanto, los pensamientos obsesivos son muy similares a las fobias, ya que, en ambos casos, nuestro cerebro interpreta como amenazante algo que, a priori, no lo es y responde ante él de una forma exagerada. Así, como en cualquier otra fobia, todos los intentos que hacemos por eliminar, bloquear o alejarnos de aquello que nos resulta amenazante (p. ej., volver a casa para comprobar que el gas no se ha quedado encendido) nos hacen un flaco favor ya que contribuyen al grado de realidad que le atribuyo a dicha interpretación amenazante y por tanto a la intensidad del malestar que me generará este pensamiento la próxima vez que aparezca.
Por supuesto, esto es solo una pequeña introducción al entendimiento y manejo de los pensamientos obsesivos. Por tanto, si consideráis que este tipo de pensamientos pueden estar presenten en vuestro día a día y os generan malestar o merman vuestra calidad de vida, el equipo de Implica estaremos encantadas de poder ayudaros.

Por Candela González
Experta en Trastornos del Neurodesarrollo y Análisis y Modificación de Conducta